Platense dio otro batacazo ante San Lorenzo y jugará la final del Torneo Apertura ante Huracán
Con gol de Franco Zapiola, el Calamar venció 1 a 0 al Ciclón en el Nuevo Gasómetro por las semifinales del campeonato argentino.
Mayo está hecho para la épica. Para las hazañas en su día veinticinco. Una fecha que Platense eligió para nacer. Y 120 años después, también para hacer historia.
Pacman de gigantes que se tragó a Racing en Avellaneda y a River en el Monumental, Platense no hizo excepciones de menú en el Bidegain. Tumbó a San Lorenzo, de alguna forma también se tomó revancha de Miguel Ángel Russo, verdugo en la final 2023 con su Central. Y ahora volverá a Santiago, al mismo Madre de Ciudades en el que la gloria se le escapó hace un año y medio para que la hazaña ahora sí sea completa.
Está configurado para esto, Platense. Para entender sus limitaciones. Para promover un estilo siempre pragmático. Estéticamente poco vistoso, es posible: no amerita tener su versión en 3D en los cines. Pero lo que no ofrece desde lo vistoso, por caso, lo compensa con su corazón. Y con su convicción en las decisiones de un dúo que coordina como aquellos pares de detectives de aquellas series yanquis de los 70. Los entrañables Favio Orsi y Sergio Gómez. Queribles, sensibles, y sobre todo grandes estrategas.
Late, Platense. Y canta, hace pogo en el Nuevo Gasómetro, embajada temporal de sus dos tierras. Vicente López pero al mismo tiempo Manuela Pedraza y Crámer. Terruño de Saavedra en el que nació la pasión hace más de un siglo y cuyo predio el club recuperó en 2024, después de 53 años.
De hito en hito, ahora el Calamar va por otro: su primera estrella profesional. Anhelo sostenido por un equipo de poster que honra a Roberto Goyeneche, fana de leyenda, y también a sus tangos. Porque este Platense hace match con lo más sensible de sus hinchas con los rubatos del Polaco para administrar los tiempos. Para entender en qué momento es pertinente cederle la presión a su adversario. Y cuando, por el contrario, agarrarlo desprevenido, forzarle algún error, obligarlo a caer. Como Orsini en el Cilindro o como Franco Zapiola esta tarde, para hundir en el arco un zapatazo potente por su fuerza pero también por lo inolvidable.
San Lorenzo no pudo. Intentó, empujó, sufrió, estuvo presente. Aunque el ingenio intermitente no le permitió romper el blindaje de Vázquez y Salomón. Ni tampoco dominar con facilidad en zona de Herrera y Picco, sostenidos por un Mainero laborioso y un Taborda desequilibrante por pegada y velocidad, pero a la vez por contracción táctica para sacrificarse. Para no ceder ni un centímetro en favor del adversario.
Esa es la condición sine qua non de un equipo que se desmoronaría ante una mínima flaqueza de espíritu y atención. Por eso logró tanto. Y por eso va por mucho más de lo que ya ha cosechado desde su regreso a Primera, hace nada menos que cuatro años. Persiguiendo la utopía del campeonato, esperanzado con que ante Huracán se termine de redondear esta temporada onírica.
Por eso el aplauso del estadio anfitrión en reconocimiento al esfuerzo de los jugadores de blanco que ya exhaustos celebran con el resto que les queda el salto a la gran definición: que Platense esté en el último partido es una reivindicación al laburo silencioso, al esfuerzo. Es disruptivo en la liturgia de un fútbol en el que abundan decenas de conspiraciones, no siempre fundamentadas.
El Platense de Orsi & Gómez encaró, entonces, su Revolución de Mayo. Para celebrar su 120° aniversario cumpliendo. Ganando. Morfándose a otro gigante (en este caso, en crisis; el milagro de Miguel Ángel Russo y su equipo en pleno terremoto institucional amerita ser destacado). Quedando a apenas pasos de dar esa vuelta que se volvió esquiva hace un par de temporadas.