Massa y Milei: entre certezas e incertidumbres
Los comicios presidenciales de la próxima semana tienen una singularidad muy especial: el voto mayoritario será en contra de uno o de otro de los candidatos. Más que la adhesión hacia alguno de ellos, pesará más el rechazo hacia el otro.
Muchos de los votantes pondrán su voto pensando en lo que no quieren para el país y este impulso será más fuerte que sus convicciones a favor del candidato que votarán. En 1989 se dio una situación similar. Un hombre del partido que entonces gobernaba, Eduardo Angeloz, se presentaba como candidato para suceder a Raúl Alfonsín. Pero el cordobés era muy crítico de la política económica. Proponía equilibrio fiscal y reducción del gasto público , eso suponía tomar distancia de la orientación alfonsinista, a tal punto que el candidato hizo renunciar al ministro de Economía Juan Sourrouille. Sergio Massa, en cambio, carece de esa distancia.
Él es el ministro de Economía, integra el Gobierno y asume –aunque haciéndose el distraído– toda la historia kirchnerista desde 2003, pese a sus bravíos enfrentamientos de otros años, que luego rectificó al regresar a sus orígenes. En tal sentido, la elección del domingo 19 tiene un alto componente plebiscitario. Quien vota al oficialismo sabe qué es lo que le espera. Massa no ha intentado tomar distancia de ninguno de los puntos centrales de la política kirchnerista.
Se ha limitado a prometer soluciones sin siquiera enunciarlas. No ha marcado ninguna diferencia importante con el actual gobierno (que él mismo integra) ni con los pasados gobiernos kirchneristas. En economía, anticipó que no devaluará y que mantendrá en su actual elevado nivel los subsidios a la electricidad, el transporte, los combustibles. Más aún: ha hecho de esas distorsiones el eje del tramo final de su campaña: “Conmigo pagarán el boleto 50 pesos; con Milei, 800″.
O sea, no sólo que no se propone corregir esos desmanejos inviables sino que se jacta de ellos y los exhibe como una muestra de su preocupación por el bolsillo del pueblo. En este último segmento de su campaña (y seguramente en el debate de este domingo), este argumento tiene un lugar principal en sus argumentaciones. Algunos piensan que Massa, que posee una robusta inclinación por la mendacidad, si llegara al poder hará “La Gran Menem”, es decir una impensada rectificación de rumbo hacia una economía de mercado.
Pensaban igual de Alberto Fernández. Ya conocemos los resultados. Al voto tradicional que colecta el peronismo en cualquier elección, Massa puede aspirar a sumar el de los que temen a Milei por sus extravagancias disruptivas, ya moderadas en el tramo final de la campaña electoral. La debilidad de Massa son las certezas que el electorado tiene sobre su posible gobierno. La endeblez de Milei, en cambio, son las incertidumbres. Pero hay una diferencia.
En el caso del peronista, las previsiones que puedan hacerse tienen una base real, una trayectoria concreta, evidencias maceradas durante un par de décadas, con sucesivos gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, más el actual de Alberto Fernández, una verdadera frutilla del postre. Con Milei, muchos de los temores son teóricos, fundados más bien en la incertidumbre que generaron sus desopilantes dichos iniciales. Ahora, con el auxilio de Raúl Baglini, sus propuestas han ganado moderación y los miedos hacia Milei son más realistas.
Consisten principalmente en la percepción que un sinceramiento de las variables económicas (corrección del retraso cambiario, disminución de subsidios, equilibrio fiscal) ocasionará turbulencias de resultado incierto en el corto plazo. Y esto es efectivamente así. A ello hay que añadir que la disminución del gasto supondrá la rebelión de todo el tejido de intereses peronistas cuya existencia está vinculada a los excesos presupuestarios. Probablemente piqueteros, intendentes del conurbano, gobernadores y sindicalistas le declararán la guerra al nuevo presidente, en forma inmediata.
Cualquier voluntad de cambio real, más allá del cuidado que pueda ponerse en la dosificación, obtendrá una respuesta seguramente destemplada y belicosa. El voto a favor de Milei reconoce dos rechazos esenciales. Uno, contra la clase política en general. Los cuestionamientos a “la casta” equivalen al “que se vayan todos” del 2001. A ello se añade, tras la primera vuelta, la probable adhesión del grueso de los votos de Juntos por el Cambio, en contra a la continuidad del kirchnerismo. Mauricio Macri y Patricia Bullrich han dado un paso claro de apoyo a Milei, sin importarles lo que suceda con Juntos por el cambio, cuyo desmembramiento ya es un hecho.
Lo más probable es que los votos en blanco o equivalentes, en rechazo hacia algunas ideas del candidato libertario, no tengan la extensión que muchos prevén. Seguramente estarán circunscritos a la clase media intelectualizada, cuyos pruritos ideológicos están en un primer plano. Al igual que en 2015, la provincia de Córdoba parece destinada a marcar diferencias decisivas en los comicios presidenciales.
La furiosa definición del gobernador Juan Schiaretti en contra de Massa, además de marcarle la cancha a Martín Llaryora, intenta dar una señal de propiedad de la línea independiente de Córdoba durante las últimas dos décadas y cuyos beneficios ha cosechado también el gobernador electo.
Ello hace prever que también muchos de los votos locales de Schiaretti tendrán como destino a Milei, afianzando el predominio antiperonista en esta provincia. En 2015, Córdoba impuso a Macri como presidente. ¿Ocurrirá ahora lo mismo con Milei? * Analista político